“De aquél Adolfo de los pantalones de jean roídos y su hermano, actual gobernador, un humilde profesor de dibujo no quedan ni vestigios”.

 

El viernes 15 de julio de 2001 se sumó a la nefasta historia feudal de los hermanos Rodríguez Saá, otra de las páginas más tristes y vergonzosas escritas por el despótico poder de la familia que autoritariamente gobierna la provincia desde 1983.

No hace mucho tiempo que el premio Novel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, me dijo acerca de este poder dinástico, que “…la democracia no es sólo votar en elecciones, a la democracia hay que honrarla con dignas acciones”. Leyendo entre líneas se puede apreciar a quienes iba dirigida esta sentencia. Adolfo y Alberto Rodríguez Saá, de dignos nada tienen. Hace ya 5 años que festejaron impúdicamente -en el Amerian Casino Hotel de Villa Mercedes en una cena a la que invitaron a sus más cercanos esbirros- el haber llegado al millón de hectáreas de campos adquiridas.

De aquél Adolfo de los pantalones de jean roídos por el uso, y los zapatos de agujereada suela no quedan ni vestigios. Y el de su hermano, actual gobernador, un humilde profesor de dibujo -durante la dictadura-  en la Escuela Normal, el tiempo se lo llevó quedando en el olvido de los sanluiseños.

Hoy, millonarios y embebidos en la borrachera del poder, ante nada se detienen. Esa beodez ni siquiera les hace advertir la injusticia de expulsar a la calle, y destruir su vivienda, a toda una familia que hasta hace pocos días vivía de lo que su pequeña parcela de poco más de 100 hectáreas de campo les redituaba. Y todo esto, con el pretexto de construir tres edificios para el nuevo municipio de Estancia Grande, cercano a la mansión del gobernador Rodríguez Saá, quien más que una comuna, pretende un country propio.

Y mientras tanto el mandamás provincial, en su obcecado sueño presidencial se pasea por todo el territorio nacional mintiéndole a quien quiera escucharlo. Precisamente pregona la antítesis de lo que aquí ocurre a través de sus indignas acciones.

Pobre país si la mayoría le creyera. No quiero pensar -si como el mismo lo dice:– “…vamos a hacer en la Argentina lo mismo que en San Luis”, si esta es la historia que sigue. No, no creo que Dios nos castigue de esa manera a la inmensa mayoría de los argentinos.

Por el contrario, tengo la más absoluta convicción, que esa ilimitada voracidad será castigada. Y no sólo en las urnas. Creo firmemente en aquellas palabras de Ernesto Villavicencio: “Nadie se va sin pagar sus deudas en esta vida”.

Dios hace justicia siempre.