A 100 años de la ley del voto secreto, universal y obligatorio para los varones. En este mes de febrero de 2012, los argentinos deberíamos recordar que hace nada más ni nada menos que cien años, el Congreso Nacional aprobaba la Ley del voto secreto, universal y obligatorio para los varones, abriendo así una nueva etapa política que podríamos denominar como la “caja de Pandora” dentro del cuerpo social, al habilitar a amplios sectores de la comunidad al ejercicio cívico. Para los sectores de la elite, acostumbrados durante setenta años a la toma de decisiones unívocas significó en el corto plazo el surgimiento del “huevo de la serpiente”, porque a través de la Ley Sáenz Peña, se homologaba definitivamente la libertad a la participación de mayorías.

La presión que estaba impulsando el Radicalismo tiempo antes de asumir en 1910, Roque Sáenz Peña, quien pertenecía al mismo núcleo político que sus antecesores, fue concluyente. El Presidente se entrevistó con Yrigoyen y accedió modificar el sistema electoral si el líder radical se comprometía a abandonar el abstencionismo.

Aquel 10 de febrero de 1912, los diputados de la elite acataron los requerimientos de sus líderes y en sesiones extraordinarias aprobaron la cláusula constitucional que poco después el presidente Roque Sáenz Peña promulgaría.

Se trató de un auténtico cambio cualitativo. La participación política se incrementó del 2% en 1880 a más del 62% del padrón en 1916. Los hijos de los inmigrantes europeos, que habían llegado al país con sus padres desde la época del gobierno de Avellaneda, sumados a la innumerable cantidad de jóvenes que habían nacido en el país en esos últimos veinte años de historia, también votaron.

Sorpresivamente y como si se tratara de contradecir ese pensamiento impune no exento de veleidades que sostenía la elite, la gente de a pie, el pueblo, votó a Yrigoyen.

Lo más infame de la década

A partir de aquella fecha, la ley 8871 que consagró el sufragio universal, obligatorio y secreto para todos los argentinos varones mayores de 18 años y el sistema de lista incompleta, tiñó nuestra historia política. El Radicalismo, único Movimiento Cívico nacional y popular hasta entonces, colmó las urnas. El triunfo se plasmó en las elecciones sucesivas. En 1916, primer mandato de Yrigoyen, en 1922, asumió Marcelo T de Alvear, en 1928, segundo gobierno de Yrigoyen y tercero consecutivo de la UCR. Casi 14 años, el período democrático más extenso del siglo XX, con excepción del que se inició en 1983 y continúa en estos días.

La crisis económica de Nueva York, ampliada a escala mundial, fue el pretexto valioso para que la elite recuperara el gobierno arrebatado para siempre por decisión popular. En 1930 Yrigoyen fue derrocado por el general José Uriburu, el primer golpe militar de la historia argentina del Siglo XX. El Radicalismo fue proscripto en 1932. El “Fraude Patriótico” abrió camino al general Agustín P. Justo y en 1937, la “Concordancia” entre Justo y Alvear, arreglo político denunciado por los radicales yrigoyenistas como “Contubernio”, facilitó la alianza radical-conservadora, que consagró a la fórmula Roberto Ortiz-Ramón Castillo.

Los coroneles del pueblo

En 1943 se produjo un nuevo golpe militar. Los coroneles del pueblo, según se decía, quebraban la “cadena de mandos” del ejército, negaban la autoridad de los generales, cómplices de la oligarquía, y se hacían del gobierno para tomar el Poder.

El impulso propiciado por el entonces coronel Perón a la actividad de su responsabilidad en el gobierno de facto, relacionada específicamente con el redireccionamiento de las partidas presupuestarias hacia la acción social, derivó en un crecimiento meteórico de la figura del militar y político en el contexto nacional y en el internacional. A partir del 24
de noviembre de 1943 hasta los primeros días de octubre de 1945, Perón ocupaba los cargos de Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y Vicepresidente de la Nación.

El clamor popular

La presión de la oligarquía sobre el ejército no se hizo esperar. El Presidente Farrell se vio obligado a destituir a Perón de todos sus cargos y casi inmediatamente, fue alojado en la Isla Martín García, para alejarlo de los acontecimientos que pudieran producirse.  Sin embargo, la gente no se manifestó aquel 8 de octubre, a pesar de que los periódicos consignaban que el coronel sería derivado a la Isla. Fue recién cuando se enteraron de que la Secretaría de Trabajo y Previsión se desarticulaba y con ella todos los Decretos sindicales y sociales, que los trabajadores recordaron la importancia capital del coronel. Casi inmediatamente se produjo el “17 de Octubre”.

Esa fecha es la madre del “24 de febrero”. Ante la presión popular, los generales se vieron obligados a convocar a elecciones. Fue así que el 24 de febrero de 1946 triunfó Juan Domingo Perón por un margen amplísimo, “en las elecciones más limpias de la historia”, como las calificó ese mismo mediodía el candidato de la Unión Democrática, José Tamborini, cuando creía que era el favorito. La posibilidad de participación popular en las decisiones políticas, trajo aparejado siempre la presión de la elite, que no se resigna a perder su liderazgo.

Por ello, la defensa del sistema democrático aparece como garantía de las decisiones populares. Saber que es el voto secreto y universal, el que nos obliga responsablemente a ejercer nuestro deseo, a imponer a través de ese instrumento legal, las expectativas sociales más rofundas y los cambios políticos indispensables.