El “profe” Fernández: estrategias del Presidente para construir confianza y credibilidad

Ante un escenario de mediatizaciones cada vez más complejo y diverso, las y los políticos que se expresan en los medios de comunicación masiva (diarios, radios, televisión y webs) y en los llamados nuevos medios (Facebook, Twitter, YouTube e Instagram) deben tener en claro una regla de juego fundamental de estos dispositivos: es más importante la imagen que la palabra. Y a la vez, tiene primacía despertar emociones en los receptores y usuarios activos de las redes sociales, antes que recurrir a argumentaciones racionales.

En ese sentido, se entrenan para que a partir de sus apariciones puedan reforzar la creencia de sus prodestinatarios, es decir, aquellos sujetos que comparten una identificación política. Pero lo que es aún más importante, es que lo hacen para intentar seducir a los paradestinatarios, esa gran cantidad de ciudadanos indecisos que no se manifiestan ni en apoyo ni en oposición de quienes gobiernan. En consiguiente, reflexionaremos junto a las y los lectores, sobre los alcances de la puesta en escena que construye Alberto Fernández cuando se asume como profesor.

Es sabido que el primer mandatario, antes de ser presidente, fue y es docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en la carrera de Abogacía. En continuidad, desde una mirada de análisis comunicacional, lo importante es comprender cómo en algunas comparecencias mediáticas donde anunciaba la prórroga de la cuarentena, apeló a la figura del presidente/docente. ¿Cómo lo hizo? ¿Para qué? ¿Era necesario?

En primer lugar, Alberto Fernández se apropió del espacio físico donde se desarrollaban las ruedas de prensa, lo que le permitió acceder al público de otra manera y generar otro tipo de contacto: En relación a las y los periodistas que estaban compartiendo la misma sala, por el sólo hecho de pararse, desplazarse con seguridad y explicar las “filminas”, los ubicó (al menos por un tiempo) en el lugar de alumnas/os que antes de preguntar, debían escuchar atentos y aprender de quien emergía como enunciador pedagógico, el profesor que sabía, explicaba, comparaba y ordenaba. Esta relación asimétrica en el intercambio entre quien detenta el saber y quienes no, fue fortalecida por las preguntas que reenvían a una clase, “¿se entiende?”, ¿me siguen?”, “¿de acuerdo?”.

En segundo lugar, en relación a las y los ciudadanos que seguían la transmisión por televisión u otras plataformas vía streaming, la espectacularización del cuerpo del presidente, favoreció un contacto de mayor acercamiento o confianza en varios sentidos. Por un lado, cuando el profesor miraba a sus alumnas/os (periodistas en presencia), ponía en juego la estrategia de no mirar a la cámara que apunta a silenciar las huellas de enunciación o la presencia de los medios, y de esta manera provocar la idea de que la televisión estaba reflejando la realidad tal cual es, y generar el efecto en el público de no advertencia de que lo que se producía ante sus ojos era una planificada fabricación que estaba predeterminada para su mejor representación mediática. El efecto, intercambios face to face, que se podían establecer sin la presencia de las cámaras.

Sin embargo, durante la explicación, e inclusive, una vez finalizada la exposición, se volvió a desplazar y se ubicó en el centro de la mesa principal. Y allí puso en juego otra estrategia. Retomó y profundizó el espacio esencial a través del cual se construye credibilidad en las transmisiones televisivas: lo que el reconocido semiólogo argentino Eliseo Verón llamó el espacio umbilical de la mirada. Los ojos del presidente en los ojos de los millones de ciudadanas y ciudadanos que esperan ansiosos los anuncios, apuntan a generar confianza.

Con la llamada crisis del 2001 en Argentina, como momento detonante de una grieta que se venía gestando entre “los políticos” y “la gente”, los lazos de representación de los gobernantes, los partidos políticos e instituciones quedaron gravemente heridos y se profundizó el debilitamiento de las identidades políticas que remitía a los años 90. Son numerosas las y los ciudadanos que sienten decepción, desconfianza y rechazo ante una esfera que se la suele calificar como sinónimo de corrupción. Ante este contexto, uno de los desafíos de los líderes políticos es seducir, convencer y conmover fundamentalmente a las y los indecisos a través de diversos medios y estrategias. En esta oportunidad, el presidente apeló a un personaje que no le es ajeno y supo combinarlo con el dispositivo televisivo. Esa hibridez, reforzó de la verosimilitud de su discurso.

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