Cincuenta y siete años después, aquel hecho aún permanece sin ser vindicado y mi padre a sus setenta y ocho años convive estoicamente con el sabor de haber sido víctima de un atropello. Cincuenta y siete años después, la historia se repite. El segundo acto signado por la injusticia aconteció el viernes 4 de enero de 2013 y me tocó a mí, María Alejandra Quiroga. Como mi padre, para esa fecha llevaba seis años trabajando con carácter exclusivo en el Municipio como un acto consciente y sostenido de ejercicio de compromiso con lo público. Nada de ello impidió que fuera victimizada en al menos tres oportunidades, en el lapso de 72 horas.
La primera agresión la recibí del Ing. Ramón Zarrabeitia, cuando al inicio de la jornada laboral del día 4 de enero, con violencia y frente a testigos requirió unos expedientes que tenía en mi poder y que quedaron a su disposición. También me solicitó en el mismo tono el ingreso a la oficina del Sr. Silva, facultad de la que como empleada nunca dispuse.
La segunda agresión de la que fui objeto sucedió el día lunes 7 de enero, 72 horas después de que transcurrieran los hechos de público conocimiento. Como ocurría diariamente, me presenté a trabajar y fui interceptada por empleadas administrativas que me hicieron entrega de una cédula de notificación en la que se me comunicaba la no renovación de mi contrato laboral. Dicha cédula, con fecha 4 de enero, a diferencia del decreto que había recibido mi padre, no contenía ninguna razón sobre esa disposición, ni remitía a ninguna resolución o expediente. Antes de retirarme del edificio municipal y sumida en un hondo aturdimiento por lo que acababa de suceder, el Escribano de la Intendencia, Fernando Cangiano, me propuso la posibilidad de una entrevista con Usted a las 18:00 horas de ese mismo día en su despacho, y accedí a esa propuesta.
La tercera agresión provino del “ninguneo” que sucedió en la tarde del 7 de enero cuando asistí con puntualidad a su despacho para entrevistarme con Usted, según me lo había comunicado el Escribano Cangiano. Luego de que un sinnúmero de veces sus secretarias me requirieran mis datos personales, la razón de mi presencia y me avisaran que aguardara un minuto más de espera, ésta se prolongó por más de dos horas y media, hasta que alrededor de las 20:30 horas me informaron que no me iba a poder atender… Eso sí, luego de ofrecerme disculpas, me solicitaron mi número telefónico aduciendo que se comunicarían conmigo a la brevedad. Estoy escribiendo esta carta para Usted y ya es 10 de enero, el teléfono no sonó nunca.
Han transcurrido cincuenta y siete años de lo que creo que ha sido un capítulo trágico en la vida de mi padre… el refrán reza que la historia se repite, y porque me atrevo a citar las lúcidas palabras de Rodolfo Walsh para quien “nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan”, es que esta vez me niego a aceptar que la impunidad fruto de la precariedad y del desamparo laboral y del despido arbitrario se reitere.
Así lo espero.